Para la familia Romero Ogawa, y sus descendientes.
Ésta es una colección de mis experiencias al ir a Japón a intentar buscar más información acerca de mi bisabuelo Takaji Ogawa. Iba sólo con mi papá, pero como él no sabe japonés, quedó bajo mi responsabilidad documentar lo que sucedió en este viaje. Escribí en las noches que pasamos allá, antes de dormir. Lo hice no solamente para mí, sino para compartir con mi familia y que conozcan lo que yo viví de primera instancia.
Shinji Hirai es un amigo de mi papá por parte de la Asociación México-Japonesa del Noreste. Es un profesor que ha encontrado información oficial acerca de mi bisabuelo por medio de un poco de especulación y un tanto de talento. Él redactó una carta en lenguaje honorífico japonés que explicaba más o menos toda la situación. La guardamos en una memoria USB junto con una fotografía del registro en donde aparece que Takaji Ogawa y Gunichi Kanenaga salieron al extranjero en un barco y salimos del hotel.
Antes de salir de Hiroshima, fuimos a imprimir los documentos en una tienda de conveniencia. Los japoneses las llaman conbini, e incluyen más servicios y productos que lo que se encuentra en méxico. Generalmente tienen desde papelería hasta calcetines, máquina de fax, servicio postal, etc. Imprimimos varias copias por si encontrábamos diferentes personas que nos pudieran ayudar y abordamos el shinkansen, el llamado tren “bala”, a Mihara.
Cuando llegamos descubrimos que es una ciudad pequeña, conocida por su cocina a base de pulpo. Había letreros de un festival que se llevaría a cabo en agosto. Hacía mucho calor cuando bajamos, un poco de contraste con la lluvia de Hiroshima a la que ya nos habíamos acostumbrado.
Salimos de la estación y nos encontramos con una oficina información túristica (三原観光案内). Entramos y les enseñamos la carta a las señoras que atendían la oficina. Después de leer la carta me preguntaron que si queríamos ir a las casas de la familia Ogawa y/o la familia Kanenaga que vivían en Higashi Nuta (東沼田). Les dije que veníamos desde México buscando a nuestros ancestros, repitiendo un poco las palabras ya redactadas de Shinji Hirai.
Cada una sacó un libro enorme diferente. Una sacó lo que parecía ser un listado de apellidos con números y teléfonos y otras cosas que no alcancé a distinguir porque estaba viéndolo desde el otro lado del escritorio. La otra sacó lo que parecía ser una colección de mapas topográficos ordenados por sectores. Se marcaban todas las casas de cada sector y qué familia vivía en ellas. Después de darle varias hojeadas por aquí y por allá, encontraron primero la casa de la familia Kanenaga, que estaba directamente frente a una estación de autobús llamada Honichi (本市) y después encontraron que la casa que estaba marcada como Ogawa estaba en la misma calle.
Me explicaron en cuál autobús subirme para llegar a la estación y nos formamos a esperarlo. Me dijeron que salía a las 12, y sólo lo tuvimos que esperar 15 minutos. Tuvimos suerte, porque el siguiente salía en más de una hora. Nos subimos, y los demás pasajeros eran ancianitas que apenas y podían caminar.
El autobús tomó una calle que va al lado del Río Nuta (沼田川), y eventualmente llegamos. La calle era angosta, pero pavimentada. No había mucho alrededor. En frente, la casa de la familia Kanenaga (que más bien era una tienda que parecía estar abandonada). Alrededor, sembradíos, algún par de casas, y la callecita con pedazos sin pavimentar que daba hacia la casa de la familia Ogawa. Decidimos primero probar nuestra suerte alli.
Caminamos por la callecita y había muy pocas casas a nuestra izquierda, a veces había algunas estatuas de piedra. Probablemente budistas. Vimos también un par de tejabanes antes de llegar a una casa chica color rosa que tenía una plaquita al lado de la puerta que decía “Ogawa”.
Batallé para timbrar. Nos quedamos parados frente a la casa rosa por un momento que a mí me pareció eterno. Me le quedé viendo a las cortinas blancas de la ventana que daba hacia el exterior. Mi papá se persignó y dijo “en nombre sea de dios”.
Timbre una vez.
Nada.
No habrá escuchado, timbré de nuevo.
No.
La tercera vez tampoco contestaron. Había suficiente lugar para estacionar un carro, pero no había nada. Tal vez habían salido. Le dije a mi papá que podíamos volver a la ciudad, hacer algo de tiempo y regresar a ver si habían regresado.
Mientras husmeábamos por allí, vimos una tienda de okonomiyaki (platillo a base de masa, verduras, y otros ingredientes) que estaba al lado de la casa rosa. Podrían saber si los Ogawa salieron.
Entramos a la tienda, vacía a excepción de dos señoras viejitas del lado de la cocina.
Buenas tardes - dije yo.
Bienvenidos - me contestaron.
Pensaron que nos íbamos a sentar a comer porque limpiaron la barra del restaurante un poco más, pero yo fui al grano. “Disculpe, no sabe dónde se encuentra Ogawa-san, su vecino/vecina?”
Una señora apuntó a la otra. “Ella es Ogawa-san” Mi papá y yo nos quedamos estupefactos. Era una señora viejita, débil, que no se atrevía a mirarnos a los ojos.
“Lo que pasa es que venimos desde México…” dije mientras sacaba la carta redactada por Shinji Hirai.
“Que quiere?” me interrumpió la otra señora
“Es que estamos buscando a nuestros ancestros, la familia Ogawa y, como puede ver aquí…”
No volteaba a ver la carta ni de reojo. “No, es que yo no sé nada” dijo la señora Ogawa.
“Es que mi bisabuelo, Takaji Ogawa, salió hacia México, tal vez con el señor Gunichi Kanenaga”
La otra señora se volvió a entrometer. “Lo que pasa es que el señor es el que es Ogawa, y él ya no está, ella no sabe nada de la familia Ogawa”
“Pero, en 1906 Takaji Ogawa llegó a México y aquí tengo esta foto que…”
“No lo puedo leer” - fue lo que me dijo. Pero realmente quiso decir “No lo quiero leer”.
Intenté explicarle un poco más, con el japonés más honorífico que podía usar, pero simplemente no sabía o no quería decir nada.
“Bueno, supongo que es mejor que le pregunte a la familia Kanenaga” le dije. Asintió, me pidió disculpas, yo le pedí disculpas por irrumpir en su negocio abruptamente y nos salimos de vuelta a la callecita.
Pensamos que tal vez el Sr. Ogawa ya habría muerto, y que se habría llevado toda la información de mi bisabuelo con él a su tumba, pero yo no estaba satisfecho.
Mi papá ya se quería ir. Le dije que fuéramos a visitar a los Kanenaga a ver si podíamos aprender un poco más de mi abuelo. Al principio me dijo que no, y no lo culpo, pues de acuerdo a los registros que nos mostraron en la oficina de atención turística, sólo esa casa estaba asociada con una familia Ogawa en todo Higashi Nuta (東沼田).
Pero ya estábamos allí. Era una cuestión de regresar por la callecita y volver a probar nuestra suerte.
La tienda de los Kanenaga estaba cerrada. Al lado, una máquina que antes vendía aguas o cocas… llena de telarañas. Yo pensé que debía ser como la casa de mi amigo Ryosuke, que tiene la tienda por el frente, pero por un lado hay un callejón que da hacia la casa que está detrás. Me asomé y vi a una señora tendiendo ropa.
“Disculpe, es usted la señora Kanenaga?”
“Quién la busca?”
“Vengo desde México, mi bisabuelo se llamaba Takaji Ogawa y creo que salió de Japón al mismo tiempo que Gunichi Kanenaga”
Se le abrieron los ojos y me preguntó, “¿cómo dices?”
“Sí, vengo de México y estoy buscando a mis ancestros”
La señora no dijo nada por un rato, después me dijo “espérame un momento” y se metió a su casa.
Volteé a ver a mi papá, que siempre estuvo callado detrás de mí. “Dice que la esperemos.”
Salió la señora junto con otra, muy apresuradas, y nos pidieron perdón por hacernos esperar en el sol. Las dos señoras, visiblemente emocionadas, me empezaron a hablar en lenguaje honorífico japonés, mucho y muy rápido.
“Ogawa?... Aquí en Higashi Nuta?” se decían entre ellas.
Les dije que había ido a la casa de la señora Ogawa que vive más adelante y se rieron. “No, ella definitivamente no tiene nada que ver, llego recientemente… no ha vivido suficiente tiempo aquí para que tenga algo que ver, no, no”
Qué alivio.
Después de que las carismáticas señoras hablaran interrumpiéndose con diferentes hipótesis, se me quedaron viendo y me dijeron “bueno, gustan ir a tomar un té con nosotras?”
Naturalmente, les dije que sí, y una de las señoras sacó sus llaves del carro de su bolsa. La otra señora fue por su bastón y otra bolsa muy grande, de donde sacó un refresco y un té helado. Nos los ofreció, disculpándose por habernos mantenido esperando bajo el sol. Con lenguaje honorífico dije que estábamos bien, pues no queríamos abusar de su gentileza. Sin embargo, gracias al húmedo y pesado calor japonés, creo que en realidad ambos sí teníamos sed y hubiéramos tomado lo que fuera.
Nos subimos todos al auto, y una de las señoras, la que no usaba bastón, manejaba hacia un lugar despejado, con arrozales por todos lados, y alguna que otra casa salpicada por allí.
“¿Y si los llevamos al cementerio de los Kanenaga?”
“No hermana, no seas tonta, ellos vienen de los Ogawa, no tienen nada que ver!”
“Ah, sí, es cierto… bueno, por allá… ” la señora de bastón apuntaba a algunas estatuas grandes y tumbas budistas “…están enterrados nuestros ancestros. De hecho están enterrados en orden!”
Yo le iba traduciendo a mi papá, mientras las viejitas nos llevaban por la calle angosta entre los arrozales. “Mira, ese techo que ves allá es del templo de Higashi Nuta. Hay dos templos aquí, el otro es uno a donde viene mucha gente cuando es época de los festivales, pero ése es nuestro templo local.”
Susurraban entre ellas mientras nos llevaban entre la callecitas de un pueblito rural al que la ciudad de Mihara le estaba alcanzando a rozar los tobillos. Llegamos a un templo y nos salimos del carro. Como no fue al que señaló, supuse inmediatamente que era al que iban en épocas de festivales. Era sintoísta, que es la religión nativa japonesa. Tenía una torii de piedra, en la que tenía grabados kanjis de un lado, como de costumbre.
Las señoras inspeccionaban cada una de las piedras rectangulares que rodeaban al templo como una cerca. Y es que cada una de ellas tenía grabado el nombre de la familia la había donado al templo. Mi papá se dio cuenta que buscaban sus kanjis, Ogawa. Y empezamos a buscar, los cuatro.
La señora me decía “mira, esta familia, los Shinagawa viven por este lado de la ciudad, el papá no lo he visto en mucho tiempo pero…”
Cada piedra era una familia, algunas repetidas, pero algunas con historias más largas que otras. Le dimos la vuelta a la cerca, y nada.
“Habrá que preguntarle al encargado del templo, él sabrá.” Me dijo la señora del bastón. Subimos unos metros más y nos acercamos a una casa de madera, rodeada de cosas relacionadas con el templo. Al lado de la puerta donde estábamos tocando el timbre estaba un bonsho, una campana enorme que se encuentra en templos budistas. Probablemente ahora estábamos en la parte budista del templo. Desde la era Muromachi, muchas veces ambas religiones – sintoísmo y budismo – se encuentran mezcladas en el mismo lugar.
La señora (la que no usaba bastón) timbró varias veces, pero nadie contestó. Al parecer estaban ocupados. La otra señora me veía con una mirada culpable, como si sintiera que nos hicieron perder nuestro tiempo, como si realmente sintiera que todo era su culpa.
"En verdad lo siento", me repetía la señora del bastón.
Regresamos al carro y las señoras intentaban contactar a diferentes personas que pudieran saber cómo buscar información de los Ogawa de Higashi Nuta. Mientras que una marcaba, la otra me pedía disculpas. Contactaron al parecer a un amigo que vive en Kioto, que conoce mucho acerca de las familias mexico-japonesas, pero resultó que estaba viajando justamente hacia México, y no lo pudieron contactar. También intentaron con la persona encargada del templo, la que no estaba en casa, pero creo que tampoco funcionó.
Ya había pasado medio día y una de las señoras me preguntó cómo era la ciudad de donde veníamos. Le dije que era una ciudad montañosa, con cerros y colinas, que no estaba cerca del mar, y que comíamos mucha, mucha carne de res.
Fue por esto que nos invitaron a comer a un restaurante desde donde se podía ver el mar interno de Hiroshima. En el camino, les dije que habían hecho mucho por nosotros, que estábamos muy agradecidos y que nos dejaran por lo menos invitarles la comida.
Ambas señoras casi me regañaron por la sugerencia. Me dijeron que su abuelo Gunichi se había ido a Estados Unidos, y que había sido un viaje muy duro, pero muchos desconocidos lo ayudaron en el camino. Me dijeron para honrar su memoria, y por haber sido educadas de ésta manera, a veces le dan posada gratuita a quién lo necesite por su casa. Incluso nos iban a ofrecer quedarnos, pero yo les dije que nos estábamos quedando en un hotel de Hiroshima, y que no era necesario.
Cuando llegamos al restaurante, que era un lugar de comida italiana un poco cara, nos sentamos a platicar. La señora del bastón me dijo que ella no conocía a ningún Ogawa de Higashi Nuta, y por ende no me podía explicar acerca de mi bisabuelo, pero que sí me podía platicar de Gunichi.
Me dijo que salió a los 16 o 17 años hacia Hawái, en búsqueda de oportunidades. Algo así como el sueño americano, pero de Japón hacia todo el continente de américa. Después de llegar a Hawái, dijo que salió hacia México, para después subir por California hacia Estados Unidos. Dijo que su mamá había muerto, y que su papá se casó con otra mujer. Tal vez eso también influyó para que decidiera irse hacia un lugar tan lejano y desconocido.
Mencionó que en esos tiempos tener una familia muy grande era complicado, y que por eso era hasta recomendado migrar hacia otros países. Mientras me contaba de su abuelo, no pude evitar sentir envidia de ella.
“¿Por qué cree que mi bisabuelo haya ocultado muchas cosas de Japón?” le pregunté, tal vez de manera abrupta. “Según varios documentos se cambió el nombre por uno mexicano, y nunca supe gran cosa de mis raíces japonesas…”
“Casi todos los japoneses que migraron hacían ese tipo de cosas. Hubo varios que pensaron que no podían regresar. Los que migraron a México y subieron a Estados Unidos no tenían pasaporte, por ejemplo. Hubo mucha migración ilegal, era mejor no llamar mucho la atención.”
“¿Y cómo supo de su bisabuelo, si estaba en México y después en Estados Unidos?”
“Pudo venir a Japón, varias veces. De hecho, después de la guerra, pensó que acá éramos muy pobres, y me mandaba ropa cuando yo era bebé. Yo cuando nací era muy grande, y los niños americanos muy chiquitos, entonces la ropa era más como un suvenir americano que algo más.” Se rió, tal vez porque hacía mucho tiempo que no pensaba en estas cosas. “Pero la verdad es que teníamos una tienda, no éramos pobres, estábamos bien. El sólo no lo sabía, y me mandaba ropa… que no me quedaba”
“¿Cree que mi bisabuelo haya mandado cosas a Japón también… para la familia que dejó atrás?” le pregunté
“Yo creo que sí. Te digo, casi todos los japoneses vivían con un perfil bajo, pero en secreto mandaban cosas a Japón y seguían queriendo a sus familias.”
Me sentí bien. Sé que lo que me había contado eran cosas de Gunichi Kanenaga, pero eran un par de japoneses de una misma época, de un mismo pueblo, que salieron al mismo tiempo a buscar una mejor calidad de vida – tal vez son un poco parecidos. Tal vez conocer un poco más a Gunichi Kanenaga me ayuda a entender un poco más de cómo pudo haber sido mi bisabuelo.
“Pudieron haberse ido juntos y que se hayan separado cuando Gunichi se fue al norte, a Estados Unidos” le dije.
“Si, puede ser.”
Antes de terminar de comer, me dijeron sus nombres. La señora del bastón era Machiko Kanenaga, y la otra señora era su hermana menor, Mayumi Kanenaga. Al parecer la señora Machiko realmente ya no era Kanenaga, por lo que asumo que se casó y perdió su apellido, como es costumbre en la cultura japonesa. El apellido que se supone que tiene ahora, creo que es Shintani.
Terminamos de comer. Platicábamos un poco más, pero llego un punto en el que sentí que ya no me podía dar más información. Mi papá y yo estábamos pensando cómo decirles que regresaríamos a la estación de Mihara
Pero nos dijeron que esperáramos un momento. La señora Mayumi no se despegaba de su teléfono, y la señora Machiko se fue al baño. Nos dejaron contemplando el mar afuera del restaurante. Mi papá tomaba fotos del mar, y veía un barco que lo cruzaba lentamente. No decíamos nada. Solo contemplábamos el mar. El barco. A ver qué pasa.
Regresó después de un rato la señora Machiko y junto con ella la señora Mayumi, a la que parecía que ya le había contestado alguien. Las señoras se comportaban como típicas hermanas. Mientras Mayumi intentaba escuchar lo que le decían, Machiko estaba muy emocionada y le decía,
“Y diles que vienen desde México”
“Si, en eso estoy.. como le decía…”
“y buscan a sus ancestros!”
“Entiendo Machiko, déjame checar…”
“en la foto decía que salió al mismo tiempo que Gunichi! Dile!”
“Déjame hablar!”
Nos subimos al carro y parece que Mayumi se cansó de Machiko y le pasó el celular a ella. No alcancé a escuchar exactamente qué estaba diciendo, pero lo estaba diciendo con capas y capas de lenguaje honorífico japonés.
Algo así como “Disculpe, la verdad no es mi posición pedir esto, sin embargo, aunque esto suene tal vez grosero o fuera de lugar, estaba pensando que si usted tal vez tuviera la oportunidad de posiblemente…”
Más revuelto que Cantinflas.
Después dijo algo que sí entendí “…y es en el segundo piso, verdad? Perfecto, de verdad disculpe usted las molestias porqué yo sé que no es correcto hacer este tipo de peticiones sin dar previo aviso… bla bla bla”
Nadamás le faltó decirle “su excelentísima majestad”
Bueno papá, nos van a llevar con alguien.
Mayumi aceleraba, más que lo que había acelerado antes. Todo era una incógnita. No sabíamos con quién habían hablado. Yo pensaba que nos llevarían de vuelta al templo. A buscar piedritas con el nombre Ogawa grabado por algún lado. Quién sabe.
Pero cuando vi los kanjis grandes en el letrero del edifició al que llegamos, mi cara cambió.
三原市役所 (Ayuntamiento de la ciudad de Mihara)
Saltando filas y cualquier tipo de procedimiento formal, las hermanas Kanenaga nos dirigieron hasta el segundo piso del edificio, donde al verlas, una trabajadora fue a una oficina y le notificó a alguien de nuestra llegada.
Enseguida sale de allí un señor japonés, viejito pero fuerte, con el pelo corto y la mirada serena, oculta detrás de unos lentes que parecían tener mucho aumento. Por la manera en que todos le respondían con formalidad, y la manera en que él hablaba con informalidad, era fácil de reconocer que era algún tipo de jefe, incluso sin saber japonés.
Nos llevó a lo que parecía ser su oficina. Todavía no terminábamos de entrar todos y Machiko ya estaba contando muy entusiasmada nuestra historia desde cero.
¡Ah pero cómo no agarraba aire la viejita!
“Deje que se sienten!” le dijo el señor
“Ah sí perdón, estem, sí” respondió Machiko, usando su bastón para intentar llegar a la silla más lejana de la sala.
“No, no se preocupe, nosotros acá mire” le digo yo.
“No yo puedo, está bien, en serio” me dice
Titubeamos un segundo no sabiendo donde sentarnos, hasta que me reí y me senté en la silla lejana.
“Bueno yo aquí” dice Machiko mientras se sienta en una más cercana “tienen razón, la edad...”
“Entonces, él es...?” el viejito japonés apunta a mi papá
“Es el nieto!” responde Machiko, recuperando la emoción después de sentarse.
“y es…”
“Mexicano! Mire!” Machiko saca la hoja que el profesor Shinji Hirai redactó para nosotros, donde explica quiénes somos y a quién estamos buscando.
El jefe burócrata la empieza a leer, pero Machiko está demasiado emocionada como para esperarlo, entonces le dice todo mientras el señor mira fijamente la hoja.
“Y fueron con la señora Ogawa, la de los okonomiyaki”
El señor soltó una carcajada
“No no no, ellos no tienen nada que ver con ella”
“¿Verdad que no?”
“No, ella no, jajajaja”
Entra otro señor, con un gafete colgando. No lo leo porque la señora Machiko me distrae. Tan pronto como entra le empieza a contar toda la historia de nuevo, igual de emocionada. A veces alzando la voz. Su hermana también quiere contar la historia y se van interrumpiendo.
“Una por una!” grita el señor viejito, y Machiko se intenta contener como niña regañada.
El señor que acaba de entrar se ríe un poco. Este señor tiene los ojos saltones y no habla mucho.
Eventualmente le explican y le pasan la carta de Shinji.
Otras mujeres, que parecen ser asistentes, secretarias, o algo por el estilo, entran con tazas con café en una charola. Lo primero que pienso es que el señor viejito de lentes realmente debe tener un puesto alto. Cuando le terminan de explicar al señor con el gafete y los ojos saltones, entra otra persona.
Es una mujer, también con un gafete. Machiko parece emocionarse más de que puede contar la historia otra vez. Esta vez, todos ayudan para contar la historia. El jefe entonces apunta a mi papá.
“El nieto.”
Me apunta a mí.
“el…?”
“Bisnieto”, le respondo.
Machiko le dice “¡él sí puede hablar japonés!”
“Sólo un poco” le digo
“¿Tienen con ustedes su acta de nacimiento?”, me pregunta, pero no estoy seguro de entender bien.
“¿El documento de cuando naces?” pregunto con mi japonés que solamente es fluido en conversaciones de temas normales. No, no me sabía la palabra para acta de nacimiento.
“Sí, jaja, el documento. Lo necesitamos impreso. El de tu papá.”
“Lo tenemos en la computadora…”
“Trae su pasaporte?”
“Sí. Allí dice su nombre, y sus apellidos, que son Romero Ogawa”
“Necesitamos copia de eso. Su papá es japonés?”
“Su mamá.”
“¿Tienen su acta de nacimiento?”
“Sí, pero también está en la computadora, digital.”
“Necesitamos los dos documentos impresos.”
“Pero creo que hay otro problema.”
“¿Sí?”
“Pues que somos mexicanos. Las dos actas están en español. ¿Así están bien?”
“Ah no, lo necesito en español y traducido. ¿Lo puedes traducir tú?”
Machiko interviene “¡Claro que puede! Su japonés buenísimo”
“No no no, la verdad no sé lo suficiente para hacer este tipo de traducciones” le contesto al jefe.
“¿Alguien de aquí puede traducir a español?” El jefe voltea a ver al resto de los trabajadores de la oficina, incluso a las secretarias que trajeron el café.
“Tú puedes, ¿no?” le pregunta a una muchacha. Ella se ríe penosamente y le contesta que no.
“¿Cuál era el lenguaje de Brasil, ah no, ese era portugués, verdad?” dice, pensando en voz alta.
“Si, no, son diferentes lenguajes.”
Bueno verás hijo, aquí en Japón tenemos muy considerada la seguridad, ¿Me entiendes? Yo te puedo ayudar pero no le puedo dar información a cualquier persona…” se me quedaba viendo.
“Si él manda los documentos traducidos, si podrías encontrar la información, ¿verdad?” le preguntó al señor de los ojos saltones.
“Pues…”
“No no no, cuál ‘pues’, vinieron hasta acá, si te traen esos documentos sí puedes, si te esfuerzas.” Le dice, con un tono no tan serio como el contenido de su oración.
“Probablemente sí…” dice el señor de los ojos saltones, sonriendo.
“Entonces, si mandas los documentos por correo, con la firma de tu papá y su hanko (判子, sello familiar japonés, se utiliza en Japón como si fuera una firma en muchos documentos oficiales), tal vez podamos encontrar la información que necesitas.”
“Verá, nosotros no tenemos hanko…” le digo. Podríamos ir a comprar uno en alguna papelería, uno que dijera “Ogawa” pero realmente no lo utilizamos.
“Ah, es cierto, son mexicanos… bueno, con la firma está bien nada más.”
“Sí, pero no sé si pueda traducir los documentos…”
Todos se quedaron callados por un momento. Habían estado tomando notas en pequeñas libretas, viendo la carta que Shinji Hirai había redactado, poniendo atención a la conversación que teníamos el jefe y yo. Pero parecía que habíamos llegado a un problema crítico.
Y es que me preguntaron cuánto tiempo iba a estar en Hiroshima y se preocuparon cuando dije que sólo dos días. Era el tiempo que teníamos. Al día siguiente teníamos planeado ir a ver Miyajima.
“Bueno, ” rompí el silencio, “si nos regresamos ahora al hotel, imprimimos todo y se los traduzco y traigo mañana, nos pueden atender?”
“¿Sí los podrás traducir?” me preguntó el jefe.
“Tal vez me tome toda la noche y la mañana… pero lo voy a intentar” le contesté.
“Por eso quiero venir con los documentos tan pronto como los tenga listos, y no depender del correo.”
“¡Pero mañana, Miyajima!” gritó la señora Machiko.
“No pasa nada señora, esto es más importante” le contesté.
El jefe sonrió. “¿Hasta que horas estará abierta la oficina mañana?”
“De 8:30 a 5:00 pm” me contestó el señor ojón.
“Bueno, será mejor regresar al hotel para empezar.”
“¡Yo sé que sí vas a poder!” me dijo la señora Machiko.
Los demás se veían preocupados, como si no hubiera nada que pudieran hacer a menos que les trajera los documentos traducidos.
Salimos de la oficina y llovieron las disculpas. Primero se disculparon las señoras Kanenaga por haber llegado sin previa cita, repentinamente.
“Es que llegaron de la nada a mi casa con el nombre de Gunichi Kanenaga, increíble!” se la pasaba diciendo.
También el jefe se disculpó con sus empleados, supongo que les pidió que pausaran sus tareas para atendernos inmediatamente.
Finalmente yo me disculpé con todos, pues era nuestra culpa que todos movieran sus pendientes para atender al par de extranjeros sin mucha información buscando a sus ancestros.
Salimos del edificio junto con las hermanas Kanenaga, mi papá atónito de que el par de viejitas nos hubieran enseñado y ayudado tanto en nuestra búsqueda. Yo también estaba sorprendido, pero más que eso, sentía una enorme responsabilidad familiar sobre mis hombros.
Me dolía la panza. Nunca había traducido un documento oficial, ¡y menos a japonés!
¿Mi japonés conversacional será suficiente? Me preguntaba, mientras le pedía a Mayumi Kanenaga que nos llevara a la estación para empezar a traducir todo.
“¿Mañana vendrás en la mañana?” me preguntó, “es que nosotras en la tarde tenemos…”
“No se preocupe,” la interrumpí, “han hecho ya mucho por nosotros, yo puedo llegar aquí solo. No sé a qué horas termine de traducir todo, entonces no sé a qué horas vendré… pero puedo llegar solo. No se preocupe.”
Claro, mientras decía esto, ni siquiera estaba seguro de poder traducir los documentos.
Nos llevaron a la estación, que quedaba a una distancia caminable, y compré los boletos de regreso a Hiroshima.
Parecía que las señoras Kanenaga nos querían comprar recuerditos de Mihara, pero no me dejé. Les dije “muchas gracias, en serio” muchas veces, antes de decirles que ya nos subiríamos a la plataforma del shinkansen.
“Pero todavía tienen tiempo…” me dijo Machiko.
“Pero es mejor ya estar listos en la plataforma.”
“Bueno, mucha suerte!” me dijo, y se empezó a alejar.
Cuando nos subimos a las escaleras eléctricas les grité “Bye bye! Muchas gracias!” y nos subimos a la plataforma.
Por andar pensando en las traducciones, no me fijé y nos subimos a un tren que no era un kodama (こだま), el tipo de tren que nos regresaba desde Mihara a Hiroshima de la manera más rápida. En vez de tardarnos 20 minutos de regreso, nos tardamos más de una hora.
Después de andarnos parando en todas las estaciones existentes entre Mihara y Hiroshima, y ya cansados emocional y físicamente, llegamos. En el camino de regreso al hotel, pregunté por una papelería donde pudiera comprar un hanko, sólo por si las dudas. Me dijeron, y llevé a mi papá. Compramos el hanko, unos legajos para llevar los documentos mañana, y hojas post-it por si necesitaba escribir cosas encima de los documentos en español.
Llegamos al hotel y mi papá me pasó los documentos. Enseguida me puse a trabajar. Ya había visto el acta de mi abuelita y me acordaba que era una pared de texto, no un formato. Por eso pensé en primero traducir la de mi papá. En la mañana, cuando en México fuera de noche, le pediría ayuda a mi novia, que es japonesa, para que me ayudara con el texto difícil. Años más tarde me casaría con ella.
Para empezar, la letra del acta de mi papá estaba difícil de entender en algunos pedazos. También había palabras que ni los japoneses sabían lo que significaban. Por pura casualidad, mi maestra de japonés Mio Tanida, con quien habíamos ido al museo de la paz en Hiroshima el dia anterior, estaba conectada en Facebook.
“Disculpe, maestra, ¿cómo se dice en japonés ‘tercer hijo legítimo’?”
La maestra no entendía la pregunta.
“Es que tengo que traducir las actas de nacimiento de mi papá y mi abuelita para mañana, ¡estoy en problemas!” le dije.
Yo había buscado la palabra en el traductor de internet Google Translate, pero con estas cosas es mejor no confiarse. Ya he visto horribles traducciones (especialmente de idiomas asiáticos) por parte de la tecnología de Google.
Google decía que tercer hijo legítimo era: 三正当な息子
La maestra Mio Tanida me dijo que era: 3番目の嫡子
Y luego se corrigió a sí misma y sugirió que usara: 3番目の嫡出子
Y así empecé a traducir, palabra por palabra, el acta de mi padre. No quise molestar mucho a mi maestra pues antes de ese día nos había paseado por Hiroshima e incluso nos había invitado la comida.
Hablando de comida, mi papá me dijo desde el otro lado del cuarto, “vamos a cenar, ¿no?”… creo que ya era la décimo quinta vez que me decía lo mismo, pero yo estaba enfocado en traducir. Traducir rápido y traducir bien.
Lo llevé a un local de comida china – cuya calidad no es comparable con la de ningún restaurante de comida china de Monterrey – y creo que le gustó. Tal vez lo apresuré mucho de regreso, pues quería volver a mi escritorio y avanzar en la escritura lo más posible.
De vuelta en el hotel, recordé que mi amiga Lena, una alemana que conocí en mi intercambio en la universidad de Kansai Gaidai, estaba viviendo en Japón. La había visto cuando mi papá y yo estábamos en Tokio. Ella siempre había tenido mejores habilidades de escritura y lectura de japonés que yo. Yo simplemente lo hablaba más natural, por haberme juntado con japoneses a entrenar break dance casi todas las noches.
Le mandé un mensaje, “Te puedo marcar?”
Me contestó que sí, aunque ya eran las 12 de la noche. “Mañana vuelo a malasia en la mañana, JP, ¿qué pasó?”
Le conté todo a grandes rasgos y su primera reacción fue igual que la mía.
“¿¡Traducir documentos oficiales!?”
“Sí, no hay otra manera, tengo sólo hasta mañana… ¡ayúdame!”
“No puedo, mi japonés es sólo de cosas de conversación común…”
“El mío también, pero lees y escribes mejor que yo…”
“¡Pero no acerca de actas de nacimiento!”
“No importa Lena, sólo ayúdame un poco…”
Empecé a leer fragmentos del acta de mi papá y se los traducía a Lena en inglés (casi siempre hablábamos en inglés en la universidad, realmente podíamos hablar en japonés, pero por conveniencia de los demás – para que otros extranjeros que no sabían mucho japonés nos entendieran – nos acostumbramos a hablar en inglés).
Le hacía muchas preguntas como “¿ésta palabra, podría ser usada como ésta?” y ella intentaba ayudarme lo más que podía.
Estaba especialmente complicado traducirlo, porque usaba un lenguaje, una manera muy particular de enlistar los hechos. No me imagino que los japoneses dijeran “se presentó ante mí, Pancho Perez, oficial de la oficina de registro, un bebé vivo que…”
Después de unos minutos, me dijo que tenía que dormir, por lo de su vuelo en la mañana. Le desee buen viaje y seguí traduciendo.
Busqué traducciones de actas japonesas, para ver si salían las palabras difíciles que necesitaba interpretar de una manera entendible en japonés. Pero lo único que encontré fueron servicios de traducción de actas japonesas a inglés, al parecer para cumplir con procedimientos en los estados unidos.
También encontré explicaciones acerca de algunas leyes japonesas en inglés, sobre todo cuando se trata de entregar traducciones de documentos necesarios para algún trámite. Encontré que para una boda de un/una extranjero/a y un/una japonés/a, el extranjero involucrado puede personalmente traducir sus propios documentos, y esas traducciones se pueden aceptar. Pensé que era interesante esto, pues tal vez por eso me pidieron los señores de la oficina gubernamental que yo tradujera las actas.
Después de armar la estructura (la gramática japonesa y la castellana son ridículamente diferentes. Si el japonés se tradujera palabra por palabra, muchas veces pensarías que están hablando al revés.) Busqué kanji por kanji, a ver cuál palabra de las que salían en mi diccionario inglés-japonés se ajustaba más a lo que el documento decía, y fui armando mi borrador.
A las dos de la mañana, un poco de paz para mi alma. El profesor Shinji Hirai, el que nos había redactado la carta, el que había juntado algunas piezas del rompecabezas que apuntaba hacia Mihara, Hiroshima, se conectó en Facebook.
“Dile a tu papá que me puede marcar ahora, por veinte minutos, o a las 7 de la mañana,” me dijo.
Volteé a ver a mi papá y estaba dormido. Ni modo, pensé, y agarré mi celular, navegué a la aplicación de Skype, y le marqué al profesor.
Le conté lo que había pasado y le mandé todos los archivos, incluyendo el borrador del acta de mi papá traducida a japonés que estaba haciendo.
“¡Ya casi la terminabas!” me dijo.
Ofreció ayudarnos a terminar las traducciones, me dijo que si podía esperar después de las 7 de la mañana y le dije que sí. Era perfecto. Después de recibir las traducciones del profesor Hirai, podía marcarle a mi novia para darle otra revisada entre los dos.
“Ve y descansa un rato” me dijo el profesor, y sí me pude tranquilizar un poco antes de ir a dormir.
Cuando desperté, Shinji se acababa de conectar a Facebook de nuevo, y en seguida me mandó un mensaje: “Ya terminé”
Yo no podía creer que sí tuviéramos las traducciones de ambas actas terminadas a tiempo. Sólo faltaba, como dice mi maestra de mi carrera Elda Quiroga que estuviera no sólo en tiempo, pero en forma.
Revisé los archivos que Shinji Hirai me mandó y me di cuenta que el acta de mi papá mantenía mi estructura. El profesor había corregido algunos errores y sustituido algunas palabras con otras más adecuadas para un documento oficial.
Después de otro rato de estar viendo los documentos, me llega un mensaje a mi celular. Mi novia.
“Ya llegué del trabajo.” Ella estaba trabajando en Guanajuato. Precisamente su trabajo involucra traducir textos y conversaciones en tiempo real de japonés a español y viceversa.
Yo ya no me sentía tan sólo como cuando me dijeron que tendría que traducirlo todo. Le expliqué de manera muy general lo que estaba pasando y le mandé los archivos.
No le dije cuál era el acta que había traducido yo, pero sí las pudo distinguir. Me llamó mucho la atención.
“¿Mi traducción es peor que la del profesor… o?” le preguntaba “No es eso, acá en el trabajo también puedo distinguir cuando un japonés o un mexicano hace la traducción. El lenguaje es diferente. Se siente diferente.”
Finalmente le hicimos unos últimos ajustes. Cuando ella tenía duda de una palabra en japonés, me decía “¿a qué se refiere con esto?” y yo le explicaba, y así ella encontraba palabras que fueran más adecuadas para el documento.
Uno de los campos de la forma de mi papá del que particularmente me acuerdo era el campo “¿Sabe firmar? Si/No”
¡Qué pregunta tan rara! Ni idea de cómo se diga en japonés eso. Lo había traducido yo literalmente, pero se sentía fuera de lugar. El resto del documento ya estaba traducido bastante fiel al original, además de usar el léxico apropiado.
Pero mi novia encontró una tesis acerca del analfabetismo en México, y así descubrió que la palabra japonesa que estábamos buscando era 署名能力 (Shomei nōryoku, capacidad para firmar)
Estaba listo. Guardé todo en la memoria USB y le dije a mi papá que ya teníamos todo, pues se había despertado en algún momento mientras platicaba con el profesor Hirai.
Fuimos a imprimir todos los documentos, incluyendo uno que me mandó en la mañana el profesor, que era un censo antiguo de los japoneses viviendo en México. Éste documento fue clave, pues en el acta de mi padre, su abuelo es descrito como Luis Ogawa, y en el acta de mi abuela también. Sin embargo, el censo decía la misma dirección asociada a Luis Ogawa – en el acta de mi abuela – pero asociada a un “Takaji Ogawa”
Esto fue crucial para que los trabajadores de la oficina de gobierno vieran que Luis fue sólo un nombre inventado. Realmente él era cien por ciento japonés.
Cuando fuimos de regreso a Mihara, yo ya me sabía el camino. Armado con evidencia, sentía que era totalmente diferente la situación ahora. Llevaba hasta el sello Ogawa por si las dudas.
Llegamos y el señor de los ojos saltones me reconoció inmediatamente. Saqué todos los papeles y se los fui poniendo sobre la mesa en pares.
“Esta es el acta de mi papá, y su traducción.”
“Ok.”
“Y esta es la de su mamá, y su traducción.”
“Ella es…?”
“La que es mitad japonesa.”
“Ah, ok.”
Me esperé a que leyeran la parte de Luis Ogawa para sacar el documento del censo. Cuando lo saqué, empecé a argumentar lo que el profesor Shinji Hirai había encontrado.
Al principio pensaron que no era suficiente evidencia para ligar al Luis Ogawa de los documentos oficiales mexicanos con el Takaji Ogawa de los documentos oficiales japoneses. Pero no me iba a dar por vencido.
Apunté al renglón donde se menciona la calle donde vive el papá de mi abuela en su acta, y alegué que no había manera de que fuera otra persona ya que sólo había 3 japoneses en Altar, Sonora, de los cuales sólo uno era Ogawa y su dirección coincidía con la de Luis Ogawa – sólo que por nombre llevaba Takaji.
Después de explicar todas las piezas del rompecabezas hasta llegar a la copia del pasaporte de mi papá (donde también dice Ogawa), el señor me volteó a ver y me dijo… “bueno, quieres entonces saber…?”
“Acerca de mi bisabuelo, por favor. Quiero su koseki (registro familiar japonés en donde se escriben datos genealógicos, direcciones, fechas de nacimiento, etc.)”
“Bien, si te lo daremos, así que llena esta forma por favor.” Era la forma para pedir formalmente el koseki. Por lo que había leído en internet – y lo que el jefe de la oficina gubernamental me había dicho, sabía que sólo lo entregan a miembros de la familia. No cualquiera puede tener una copia.
Llenamos los datos de mi papá, como el que lo estaba requiriendo. Me pidieron escribir la dirección de mi bisabuelo (la que venía en uno de los documentos que el profesor Hirai había encontrado). En kanji.
Lo último que me preguntaron fue “Escribe la razón por la que estás pidiendo el koseki.”
El señor me dijo “Aunque sea en katakana.”
Yo escribí: 祖先について知りたい。 Que significa: “Quiero saber acerca de mis ancestros”, sin honoríficos, una explicación muy burda, pero fue suficiente.
Nos mandaron a esperar. No sabíamos siquiera si sí lo encontrarían. Yo pensé que tal vez mi bisabuelo había mentido en los registros japoneses. Tal vez había puesto una dirección falsa. Por eso no hay Ogawa en Higashi Nuta.
Esperamos unos 10 minutos, que se sintieron como 100, pero nada.
“¿Qué crees que encuentren?” le pregunté a mi papá
“No sé.” Me dijo
“Yo tampoco…” remarqué lo obvio.
Después de un rato, llegó una de las señoras que trabajan en la oficina gubernamental y me preguntó que si sabíamos la fecha de nacimiento de mi bisabuelo.
“Pues, si llegó a México cuando tenía 16 o 17 años, y llegó en 1906… intente con 1889”
100 años antes de que yo naciera. La señora rápidamente se volvió a meter a las oficinas. Después de un rato, nos hablan desde el escritorio.
“Aquí está su koseki. Parece que su bisabuelo sí vivió aquí, pero ya su línea se acabó. Además, el papá del señor Takaji Ogawa murió, y por ende la cabeza de la familia cambió a ser su hermano mayor, que se fue a Kobe. Sólo tenemos hasta esa información, y si quisiera saber la continuación del koseki por parte de la línea del hermano mayor de Takaji Ogawa, tendría que ir a la oficina gubernamental de Kobe y pedir una copia.”
Me dio los documentos, con una cara de orgullo. Creo que estaba contenta de ver que a mi papá y a mí se nos caía la mandíbula hasta el piso. Habíamos encontrado al escurridizo de mi bisabuelo.
“Ah y disculpe, son 1500 yenes por los documentos.”
Saqué mi cartera y lo pagué.
Metí los documentos a un folder.
Salimos a las escaleras frontales de la oficina gubernamental y nos sentamos un rato.
Kobe. Allí será el siguiente viaje familiar, en busca de los parientes de mi bisabuelo.
Sólo que esta vez será diferente, pues ya tenemos la evidencia mexicana y japonesa. Ahora sólo hay que planear cómo vamos a hacer la búsqueda allá.
Kobe.
Regresaremos.